ALFREDO LE PERA: MUCHO MÁS QUE UN PARTENAIRE
(Por Lucía Gálvez y Enrique Espina Rawson)
Lo primero que salta a la vista es que, en la brevedad de su
vida, Alfredo Le Pera haya podido escribir tantas y tan buenas
letras de tangos y canciones. Más aún si observamos
que lo hizo casi al correr de la pluma, urgido por los apuros
que ocasiona el cinematógrafo, mientras viajaba de uno
a otro continente en compañía de Carlos Gardel.
Siempre tuvo más inclinación por las letras que
por las ciencias; sin embargo, cursó hasta cuarto año
de Medicina. Además del prestigio social que implicaba
esa profesión, una de las razones de seguir esa carrera
fue la de estudiar al lado de su primera novia, Vicenta Rodolico,
hija de una familia vecina, a quien rondaba desde los 15 años.
Muchos años después, al escribir el guión
de “Cuesta abajo”, primera película de Gardel
realizada en los Estados Unidos, Alfredo recrearía algo
de lo vivido con su primer amor. “Le Pera rumbeó hacia
su autobiografía, utilizando los recuerdos de sus días
de estudiante y el abandono de la novia buena por una mujer de
otra vida, la del mundo del espectáculo. Por otra parte,
conocedor de los entretelones de la farándula, sabía
de muchos episodios reales parecidos” (1). La mujer del
espectáculo sería en esta ocasión la vedette
Carmen Lamas, a quien había conocido en el teatro Sarmiento.
En 1931 ésta viajó a Chile con la compañía
de Tania. Alfredo, de la misma manera que Discepolín,
se incorporó al grupo como amigo. Del encuentro de esos
dos hombres talentosos surgió como inesperado resultado
esa pequeña joya que es “Carillón de la Merced”,
primera incursión de Le Pera en el mundo del tango, cuya
música y letra fueron compartidas con Discépolo.
El autor explica –silenciando lo de la vedette- cómo
se dieron el viaje y la canción:
“
Atravesé la cordillera impulsado por esa fiebre de andar
que me acosa de tiempo en tiempo (...) nos alojamos en un hotel
situado al frente mismo de la iglesia de la Merced... El carrillón,
ese maravilloso carrillón, nos dio el motivo (...) Pero
la letra no salía (...) Nos costó mucho trabajo.
Una madrugada, desvelados los dos, mezclando al inmutable son
de las campanas esa fiebre de viajeros incurables que llevábamos, ‘Carrillón
de la Merced’ se hizo música y canción”.
El tema, cantado por Tania, fue estrenado con gran éxito
en el teatro Victoria de Santiago.
A pesar de sus galanteos y aventuras, Le Pera no quería
cortar su noviazgo. Un trabajo de los periodistas Irene Amuchástegui
y Carlos Fakih reproduce en forma parcial algunas cartas inéditas
de Alfredo a su novia en las que puede adivinarse algo del cariño
que había en este noviazgo “blanco”, como
solían ser entonces:
“
Apreciada-No-Querida-Tampoco-Adorada-Bueno-Adorada China: Ante
todo debo manifestarte una cosa: sos encantadora bajo ese aspecto
de enojada, de ofendida, tan encantadora que ya ni siquiera me
ponés ‘queridísimo’ sino ‘apreciado’ Alfredo.
Macanudo. Ese principio me hizo hasta sonreír”.
Es indudable que, además de tener sentido del humor, Le
Pera sabía seducir. Pero también es indudable el
triste papel que la mentalidad vigente hacía jugar a las
pobres chicas, cuyo único recurso ante las presentidas
infidelidades del novio era ofenderse por un tiempito y olvidar
hasta la próxima vez. Le Pera, restándole toda
importancia al asunto, termina pidiendo: “...que se disipen
las borrascas, que cesen las suposiciones, los comentarios, los
pensamientos de vendetta... Queridísima chinita, recibe
muchísimos besos y abrazos de Tu Alfredo”.
Algo más serio se interpondría entre los dos y
esta vez sí se llegaría al rompimiento del noviazgo:
Alfredo se había enamorado apasionadamente de Aída
Martínez, una de las artistas de la compañía
del teatro Sarmiento, a quien Rubén Pesce describe como “una
jovencita muy bonita, bondadosa y dulce pero muy delicada de
salud”. Alfredo dejó la casa familiar y se fue a
vivir con Aída a un departamento con mirador situado en
Corrientes al 1200. No le faltaban comodidades y lo pagaban bastante
bien. Pero la terrible enfermedad que por entonces hacía
estragos entre los jóvenes, se ensañó con
su amada. Era la tuberculosis. La misma que mató a Ceferino
Namuncurá, a Florencio Sánchez, a Enrique González
Tuñón y de la que se salvó a duras penas
Ulises Petit de Murat. Muchos enfermos iban a Córdoba
en busca de mejores aires. La mayoría, en realidad, iba
en busca de una muerte menos mala. Alfredo no mandó a
Aída a Córdoba. Buscando un milagro se fue con
ella a Europa, a una clínica entre las montañas
suizas. Pero no había nada que hacer. Entre los estertores
de la tos, Aída se moría
sin remedio, como en el
tango de Blomberg y Maciel.
Desde la muerte de Aída, la vida amorosa de Le Pera se
limitó a breves y circunstanciales romances. Su profesión
de crítico teatral y periodista le gustaba y lo absorbía,
pero otra tarea lo entretuvo, acercándolo más al
cine: traducir y escribir carteles explicativos para las películas
del cine mudo. Cuando aparecieron las películas sonoras
comenzó a hacer traducciones del francés para los
subtítulos en castellano que se les agregaban” (2).
Corría 1932 y el intuitivo Gardel sentía la necesidad
imperiosa de filmar películas donde pudiera llegar a un
mayor público con sus excepcionales dotes de cantor...
y de paso rehacer su fortuna pésimamente administrada
por Razzano. Una noche en París, pidió colaboración
a su amigo Edmundo Guibourg. “Pucho”, como lo llamaban,
no creyó poder hacerlo, pero en cambio le dijo a Carlos: “Mañana,
en el hipódromo de Longchamps, te voy a presentar
a la persona que te hace falta”. Era Alfredo le Pera.
En cuanto se encontraron, Gardel lo puso al tanto de lo que quería,
y Le Pera, que se había ido acercando cada vez más
al cine, aceptó ser
su libretista.
Mario Battistella, responsable del libreto junto con Le Pera,
afirma que el nombre que se le puso a la película “Espérame” era
tan arbitrario como si le hubieran puesto “Hasta luego” o “Si
querés, chiflame”. Peor aún era el argumento,
que Le Pera debía reconstruir, de la segunda producción
impuesta por la Paramount, según relato del mismo Battistella.
Vale la pena transcribir el comienzo: “La acción
tiene lugar en una sórdida aldea de España. Por
una calle larga, estrecha y solitaria, van varios gauchos a caballo
y, revólver en mano, entran en una hostería cantando
un tango” (3). Entre los dos libretistas pudieron rehacer
el engendro, hoy inhallable, llamado “La Casa es Seria”,
donde Gardel estrenó “Recuerdo malevo” y “Quiéreme”.
La tercera y última película filmada por Gardel
en Francia fue “Melodía de arrabal”, en la
que se ejecutaron los tangos “Silencio”, “Melodía
de arrabal” y las canciones “Mañanita de sol” y “Cuando
tú no estás”. En 1934 comenzaría la
etapa norteamericana. Gardel había centrado todos sus
intereses en el cinematógrafo y Le Pera estaba dispuesto
a seguir acompañándolo, pero buscaba argumentos
más significativos que comedias musicales románticas. ¿Quizás
algo autobiográfico? Según palabras de Terig Tucci,
uno de los responsables: “Comenzamos a hurgar en la vida
de Gardel y la encontramos exenta de romántico interés”.
La de Le Pera, en cambio, tenía episodios románticos
en abundancia. Así nació “Cuesta Abajo”,
en la que se destacan cuatro joyas: “Criollita decí que
sí” (cifra), “Amores de estudiante” (vals), “Cuesta
abajo” (tango) y “Mi Buenos Aires querido” (tango).
Letras y argumentos pertenecían en exclusividad a Alfredo.
Además del gran suceso, la obra tendría una consecuencia
insospechada: Vicenta Rodolico, viendo retratada la historia
de su romance, se conmovió y le escribió al estudio
Paramount. Se había recibido de médica, no se había
casado y todavía lo esperaba. La respuesta llegó con
rapidez desde Nueva York, datada el 1 de octubre de 1934:
“
Querida China: Mil veces gracias por tu inesperada y generosa
carta. Ella me trae un eco de juventud, el tañido de un
tiempo mejor. Y me comprueba que en tu corazón no hay
rencor. Si nuestros caminos se separaron no fue por desamor:
fue por exceso de juventud, edad sin corazón... Yo no
puedo mirar hacia el pasado sin la secreta angustia de haber
sido injusto contigo, injusto con los míos, injusto conmigo
mismo. Debía haber tenido una profesión pacífica
y paciente, un hogar cordial, una vida quieta. El destino quiso
otra cosa: me hizo andariego, errante, sin familia y casi sin
afectos. Cuando pienso en la pena que he dado, inagotablemente,
a las gentes que me querían, puedo asegurarte que está muy
lejos de mí la felicidad. A fuerza de andar y de ver se
acaba por desear lo que ayer nos parecía cotidiano, pueril:
una vida con un solo puerto y con un solo amor. Y como los solitarios
no tenemos confidentes, a veces, como consuelo, encierro el secreto
de esa vieja amargura en una canción o en una historia. ¿Pero
cómo explicarles a los pseudocríticos criollos
el fondo de dolorosa realidad que hay en ‘Cuesta abajo’ o
la esperanza que el autor y el cantor esconden en ‘Mi Buenos
Aires querido’?”. En una versión criolla del
Pájaro azul, Le Pera reconocía lo cerca que había
estado su felicidad sin que él supiera verla.
A “Cuesta abajo” le siguió una comedia ligera, “El
Tango en Broadway”, sucesión de divertidos episodios
ilustrados por el alegre fox-trot “Rubias de New York”,
la zamba canción “Caminito soleado” y los
tangos “Soledad” y “Golondrinas”. Este último
tiene mucho de autobiográfico cuando promete: “Criollita
de mi pueblo,/ pebeta de mi barrio,/ con las alas plegadas,/
también yo he de volver”. En efecto, habían
continuado su correspondencia según sugiriera en la carta
del 1 de octubre, donde decía: “Y te he recordado
a menudo a ti y a los tuyos, y he hecho íntimos votos
para que la vida te concediera lo mucho que mereces. Si no te
he escrito ha sido por el temor de agitar recuerdos que tal vez
fuera mejor olvidar. Ahora sé que los años no se
llevaron tu serena bondad de otrora y prometo hacerte llegar
mis noticias, si tú las desearas, con mucha frecuencia”.
Aprovechando un intervalo, Le Pera viajó a Londres y desde
allí escribió a Vicenta una carta cuyo asunto no
ha sido todavía aclarado aunque parece sugerir que estaba
casado con una inglesa: “Mi estadía en Londres fue
más lamentable que de costumbre. No quiero ocultarte que
la mayor parte de mis contratiempos viene de allí. Cometí la
tontería de vincular mi vida a una determinada persona
inglesa y esto ha sido la causa permanente de sinsabores e inconvenientes
legales de todo género. Estoy en camino de una separación
definitiva, pero esto cuesta mucho dinero. Además, mi
ex compañera presume que yo gano mucho y tiene exigencias
terribles”. ¿Qué tipo de exigencias podría
tener esa ex compañera sin un vínculo legal que
lo justificara? Y por otra parte, ¿cómo había
podido mantener tan en secreto ese casamiento? El asunto es oscuro.
La tercera película filmada en Nueva York, “El día
que me quieras”, está también inspirada en
las propias vivencias del autor, especialmente el tango “Sus
ojos se cerraron”, que evoca la tristeza infinita de la
muerte de Aída. De allí también es, por
supuesto, la canción homónima cuyo título,
que repite unos versos de Amado Nervo, rinde un homenaje al admirado
poeta. También pertenecen a esta película el tango “Volver”,
mundialmente conocido, y la rumba “Sol tropical”.
Este film significó un suceso sin precedentes en la cinematografía
mundial. La Paramount, que, enredada en graves problemas, había
apostado muy pocas fichas a los films de Gardel, comenzó a
tomarlo en serio al comprobar las fabulosas sumas que recaudaban
en el mundo latino. De ahí la urgencia de cerrar nuevos
contratos, que Gardel no alcanzó a filmar, pues pensaba
hacerlo al regresar de su gira por la América hispana.
Antes de iniciarla, como si presintieran lo poco que les quedaba
de vida, alcanzaron a hacer dos films más: el primero, “Tango
Bar” con Rosita Moreno y Tito Lusiardo, donde Gardel canta
los tangos “Por una cabeza” y “Arrabal amargo”,
la canción “Lejana tierra mía” y la
jota “Los ojos de mi moza”. El segundo film era un
sketch para la revista “Cazadores de estrellas”,
en la que la Paramount presentaba a sus principales figuras.
Allí Gardel interpretaba el tango “Amargura” y
la canción criolla “Apure, delantero buey”.
Estas modestas películas fueron las que salvaron a la
Paramount de una muy difícil situación financiera.
En Buenos Aires, grandes perspectivas esperaban a los dos artistas:
Le Pera estaba ya trabajando para el primer film que Gardel iba
a rodar en la capital porteña, sobre la vida de Evaristo
Carriego, en sociedad con Francisco Canaro. Estos proyectos e
ilusiones, junto a tangos que jamás podremos escuchar,
fueron devorados en un instante por el absurdo accidente de Medellín.
También quedaron truncas las esperanzas de la novia de
la infancia que soñaba con la concreción final
de aquel romance juvenil. Años después, la doctora
Vicenta Rodolico se casó. Murió en Buenos Aires
en 1990.
No ha existido en la historia del tango un caso igual al de Alfredo
Le Pera. Sus canciones, sobre la marcha, bajo las urgencias del
set de filmación, con el objeto de cubrir algún
bache argumental o para explicar una situación del film,
superaron sus limitados objetivos y cobraron la máxima
trascendencia que puede lograr una canción popular. Y
esto sucedió con casi todas sus canciones, privilegio
de pocos y escogidos.
(Extraído de “ROMANCES DE TANGO”, capítulo
V. Grupo Editorial Norma, 2002)
Notas:
(1) Cita de Rubén Pesce en “Sentir de Tango” vol
II. Altaya, Bs. As. 1998
(2) Idem
(3) Mario Battistella: “Carlos Gardel, su vida artística
y anecdótica”, 1936
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