NO PODÍA ESTAR SUJETO A UNA SOLA MUJER
Horacio Salas explica muy bien la necesidad de esa actitud ambigua
en una estrella universal: “Gardel no debe casarse... está casado
con el canto como los sacerdotes con su religión (...) Puede
ser amado por todas las mujeres pero no sólo por una (...)
Si Gardel tuviera una pareja estable y conocida, el mito podría
deteriorarse” (1). Por otra parte, el fuerte machismo de
la época veía en la fidelidad a una sola mujer un
acto de debilidad, y en las múltiples conquistas amorosas,
una demostración de libertad y virilidad ante los muchachos
de la barra y del café. Bien decía Scalabrini Ortiz
que “el hombre de Corrientes y Esmeralda, aunque millonario
en reservas sexuales y apetecedor de ellas, es caballero de amistad
y no de amor. El amor es entrega, cesión de destinos y él
no confía su vida enteramente a nadie (2). La frustración
de no haber podido lograr una pareja estable era motivo de jactancia
para una retorcida mentalidad que aún perdura. Por supuesto
que a la mujer no le era permitida la misma elasticidad sentimental,
y lo que en el hombre era considerado una “picardía” o
una “cana al aire”, en la mujer constituía una
falta gravísima, penada por la ley en caso de que fuera
casada y causante de algunos dramas policiales cuando el hombre
tomaba la justicia por su propia mano. No obstante, algunas señoras
de clase elevada se permitían ciertas libertades. En ese
caso se decía que “habían tirado la zapatilla”.
LAS RESPUESTAS DE GARDEL
Era la misma imagen que quiso dar en El tango en Broadway, cuando
aparecía rodeado por Betty, July, Mary y Peggy en la
canción “Rubias de New York”. “Todo
hace suponer –comenta Salas- que el supermacho Gardel,
como una suerte de propietario de un harén de mujeres
tontas, mudas y siempre sonrientes, reparte sus favores entre
el rubio cuarteto de manera indiscriminada, incansable y equitativa” (3).
Un testigo altamente calificado, Ireneo Leguisamo, amigo de
Carlitos desde 1921, subraya esta característica de
Gardel, de enamorar sin enamorarse. “La vida galante
de Carlos Gardel es larga y profusa. Muchas mujeres pasaron
por su existencia sin dejar ninguna huella... Mimado por ellas,
Carlos Gardel repartía sonrisas y bromas a las que era
muy afecto” (4).
Madame Jeanne era una mujer de gran porte, autoritaria, de muy
buen pasar y muy relacionada con el mundo social y político,
que regenteaba un lugar muy exclusivo de la noche porteña.
En realidad se llamaba Giovanna Ritana, había llegado
al país con la compañía de Caruso y estaba
casada con un tal Garesio, un inmigrante corso, que regenteaba
una cadena de burdeles. Años más tarde, se convirtieron
en dueños del “Chantecler”, el cabaret más
famoso del Río de la Plata.
Ubicado en Paraná 440, entre Corrientes y Lavalle, fue
sin duda y durante muchos años el más nombrado
de los centros nocturnos de diversión. Desde su inauguración
contó con los mejores números internacionales de
atracciones. Julio De Caro estuvo a cargo de la primera orquesta
típica que amenizó sus bailes. Ésta alternaba
con orquestas de jazz y con varietés a cargo de magos
y “excéntricos”, como se llamaba entonces
a toda clase de espectáculos: transformistas, hipnotizadores,
bailarines acrobáticos, etc. La sala podría compararse
con la de un teatro a la que le hubieran sacado las butacas.
Estaba parcialmente ocupada con las mesas de los concurrentes,
las barras del bar y el entarimado de la orquesta. Desde luego,
se bailaba tango además de otros ritmos.
Como en cualquier teatro, los palcos rodeaban la sala, pero éstos
tenían la particularidad de tener pesadas y lujosas cortinas
de pana que podían estar abiertas o cerradas si sus ocupantes
lo deseaban. La amplitud de los palcos era tal que se podía
comer y bailar en absoluta privacidad. Para mayor comodidad,
el servicio se encargaba por teléfono. La música,
la gente, los colores de los vestidos femeninos, las luces y
los espejos daban gran animación al lugar. El detalle
exótico era una pileta de natación climatizada
e iluminada donde jóvenes bañistas realizaban números
acuáticos.
¿
Cómo habían llegado ella y su marido a ser dueños
del “Chantecler”? En los papeles, tanto este establecimiento
como el “Tabarís”, el “Casino” y
varios más eran propiedad de un caballero francés,
Charles Seguin. Garesio había llegado al país con
un grupo de trapecistas corsos contratados para ese cabaret.
De a poco se fue ganando la confianza de Monsieur Seguin, un
hombre ya mayor, muy dado a la buena vida y sin herederos. Garesio
comenzó colaborando en la administración de estos
establecimientos, y terminó disponiéndolo todo.
Estos eran los lugares –especialmente el Chantecler- donde
reinaba Madame Jeanne. Años después, Enrique Cadícamo
los recordaría con nostalgia en una estrofa del poema “Cita
a medianoche”:
Envuelta en una bruma de gasa voluptuosa
Cruza la alegre sala del Chantecler, Ritana,
Mientras Gardel se asoma con su copa espumosa
De Cliquot, en el palco de fina y roja pana.
El “bulín” o “cotorro” era una
institución de primera necesidad para los solteros (y
algunos casados). Los había de todas las categorías:
desde el “mishio” y compadrito de la calle Ayacucho,
donde el “Primus no fallaba y el mate era señor”,
hasta el sugerente “pisito que puso Maple” con “gato
de porcelana” y “alfombras que no hacen ruido”.
El de Gardel debió de ser algo intermedio. Cada tanto
se mudaba a causa de sus frecuentes giras y por la gran facilidad
que había para alquilar en el centro esos departamentos
instalados ad hoc. Existen todavía en Buenos Aires edificios
enteros, hoy convertidos en oficinas, que tuvieron ese origen
non sancto.
éxito arrollador entre las mujeres. Así lo recuerdan
algunos de sus contemporáneos, como el viejo cantor criollo
René Ruiz, que, en 1963, confió a Enrique Espina
Rawson:
“
Lo que la gente no sabe es que si había cien personas
en un teatro, noventa y cinco eran mujeres... Porque Gardel tenía
eso. Una alumna mía, hincha furiosa de Gardel, quería
saber cómo era. Yo le hice esta comparación: ‘Gardel
no andaba detrás de las mujeres porque eran las mujeres
las que andaban detrás de él. Es como si me dijeran
que vos, joven y bonita, andás detrás de los muchachos’.
“
Una vuelta, Carlos tenía que cantar en un cine de Flores.
Lo acompañé, y cuando llegamos el gentío
no nos dejaba bajar del coche. Una viejita parada al lado de
Gardel quería pasar. Y no podía porque estaba lleno
de mujeres que lo querían tocar, hablar, cualquier cosa...
La viejita pregunta a Gardel: ‘¿Pero qué pasa,
por Dios, qué es esto?’. Y Gardel, tratando de abrirle
camino le dice riéndose: ‘¿Sabe qué pasa,
señora?... que están todas locas... locas de remate’”.
Lo mismo sucedía en la otra orilla, a juzgar por el artículo
aparecido en la revista Cancionero de Montevideo, de noviembre
1931: “Última noche de Gardel. El ‘Artigas’,
atestado a la hora en que canta el más veterano y popular
de los ruiseñores del inmenso bosque del folklore nacional
(...) Gardel canta una, dos y tres y cae el telón. Parece
que la sala entera aplaudiera haciendo chocar el techo con el
piso. Sube el telón. Sigue la serie: cuatro, cinco, seis,
desciende otra vez la tela. Carlitos, de pie entre los bastidores,
se pasa un pañuelo por el cuello. Como una sola y gigantesca
persona, la sala aplaude y exige más, y vuelve a cantar
Gardel, mientras los y las artistas de la compañía
de zarzuela en masa siguen ávidamente la actuación.
La Petra está embelesada... quizá demasiado embelesada
para que sea solamente admiración la suya hacia Gardel.
Y el semblante risueño de la hermosa españolita
se entristece cuando una compañera más vieja y
más ducha, por tanto, le susurra al oído: ‘¡No
hay qué hacerle, chica! ¡es demasiado para nosotras!”.
En una de tantas subidas de telón, se oye claramente que
esa noche le gritan a Gardel, aún desde la cazuela, entusiasmadas
voces femeninas.
“
-¡Ese hombre es único!
“
-¡Carlitos siempre es divino!
“
Y Gardel, curtido pero sensible a tantos halagos, a tan sentidos
homenajes, no puede ocultar su emoción a la mujer uruguaya”.
Entre las señoras pudientes también tenía
Gardel sus admiradoras. La escritora porteña Haydée
Ghio tiene este recuerdo de su adolescencia:
“
Cuando Gardel actuaba, Inés B., una amiga de mamá,
la invitaba al teatro para ir a verlo. Siempre estaba en un palco
y mi madre hacía las veces de acompañante. Inés
era una señora muy hermosa, muy interesante, con una mirada
muy profunda. En casa no se hablaba de esto, desde luego, pero
sabíamos que entre Gardel y esta amiga había algo
muy entrañable, muy sólido. Ella usaba una capelina,
la misma que tenía puesta cuando lo conoció, y
aunque ya estaba pasada de moda, seguía usándola
cada vez que iba a verlo. Sé que se conocieron en el Círculo
Italiano, en una fiesta que hubo, porque el marido de Inés
era un gran arquitecto, un hombre muy poderoso de la colectividad
italiana, tenía grandes obras... Lo gracioso de esto era
que Razzano, por solidaridad, por compañerismo quizá,
se sentía obligado, a su vez, a conquistar a mi madre
y le dirigía miradas apasionadas que mi mamá evitaba
como podía...”.
Un testimonio interesante de la fascinación que ejerció Gardel
entre las francesas y de la mentalidad “complaciente” de
algunos maridos franceses, es el de Madame Billy. Era ésta
una especie de “reina de la noche” parisina, que
narra en sus memorias la siguiente anécdota:
“
Carlos Gardel era el rey indiscutido de la colonia de América
Latina. Este tolosano de origen, que el tango transfiguraba,
era más argentino que los argentinos. Yo tuve la suerte
de ser su amiga. Lo había conocido por Mattos, autor de ‘La
Cumparsita’. No había grandes recepciones sin Gardel.
Aun cuando su voz hacía vibrar, no le faltaban elementos
de seducción: alto, morocho, robusto, la mirada pesada
bajo las pestañas sombrías hubiera podido rivalizar
con Rodolvo Valentino en la categoría ‘hidalgo’.
Todas las mujeres estaban locas por él. Y él se
hacía un deber de satisfacerlas en el mayor número
posible. Cantaba en el teatro Empire. Yo iba seguido y luego
partíamos en grupo a comer y hacer la ronda de las boites
de moda. Una noche, estaba sentada al lado de una pareja. Cuando
bajó el telón, la mujer, sin una palabra de explicación,
plantó a su marido para ir a los camarines. Éste,
viento que yono decía nada, se dirigió a mí:
“
-¿Usted no va a ver a Gardel?
“
-No, señor, no vale la pena...
“
-¡Ah! ¿usted lo conoce?
“
No quise seguir en ese plan.
“
-No, casi nada, no lo he visto más que una vez.
“
-Señora –me dijo-, hace seis días consecutivos
que venimos a verlo. Hace seis días que, al finalizar
el espectáculo, mi mujer sube a su camarín. ¿Le
parece normal? ¿Qué haría en mi lugar?
“
Intenté tranquilizarlo:
“
-Esto no es grave, señor. No hay por qué inquietarse.
Carlos Gardel es casado y está muy custodiado... Más
que nada, él es muy sensible a los cumplimientos que le
brindan por su actuación...
“
Mi interlocutor no parecía muy convencido
“
-Ah, ¿a usted no le parece grave y encuentra normal que
seis días seguidos un marido lleve a su mujer a ver a
su futuro amante?
“
No escuché la continuación. Preferí perderme
en la multitud. ¡Seis días!... Todas las chances
indicaban que la esposa ya había sucumbido”. (7)
Dice Leguisamo:
“
Mi primera escala en Europa fue en Niza, en la Costa Azul, en
una época en que este balneario congregaba a la élite
internacional: reyes, príncipes, señores de la
industria y de la banca atraídos por la visión
del Mediterráneo, el Palais de la Mediterranée,
el Casino de Montecarlo y todo el boato de una época fastuosa
ante cuyo público nuestro Zorzal lucía su pinta
inconfundible y sus excepcionales condiciones de artista. Su
cuna del Abasto no había dejado huella alguna en su comportamiento
diario frente a las personalidades más famosas de Europa.
Llevaba el frac como si lo hubiese llevado toda la vida, pero
por sobre todo portaba esa llave que no se compra, la llave de
la simpatía, que le abriría las puertas de los
públicos más dispares del mundo. Yo, que lo conocía
de Buenos Aires y lo vi actuar en ese medio tan brillante, puedo
hablar de la transformación maravillosa que lo vio nacer
gorrión y cambiar el plumaje y el canto de ese pájaro
callejero, por el ropaje de zorzal, adornado por un cantar inigualado
que le dio sus firmes perfiles de ídolo” (6).
Sobre Blanquita, recordaba Adolfo Tuñón, primo
hermano de Raúl y Enrique González Tuñón:
“
Con Carlitos teníamos amigas en común... y siempre
salíamos juntos. A él le gustaba una... Blanquita
se llamaba, la de Barcelona. Enloquecido con ella no quería
saber nada con otras... Pero, mujeres de la sociedad, de la alta
sociedad, mandarle cigarreras de oro... Me acuerdo de una que
parecía una esterilla: todo entrelazado el oro con el
platino; y un alfiler de corbata con un brillante bárbaro...
Y al mandárselo de vuelta me decía: ‘¡Esta
gallega está loca...!’. Claro... si era un señor...
Pero si hubiera querido ser canfinflero, tenía cuarenta
mujeres para que le diesen plata”.
Dice Mona Maris:
“
Era un ser humano como todos, con sus fallas y sus virtudes.
Enormemente generoso y muy simple, sencillo como son los verdaderos
artistas. Gran amigo de sus amigos. Y cuando cantaba... cantaba;
sin sonido estereofónico como ahora. Entonces no había
trucos”.
Al preguntarle el periodista si había leído un
famoso ensayo, en el que el autor aseguraba la falta de hombría
de Gardel, Mona Maris reaccionó con indignación:
“¡
Quien diga que Gardel no es hombre es malintencionado! Está utilizando
a la figura de Gardel sucia, criminalmente, para destruir algo
que vive en lo profundo del corazón argentino (...) detrás
de esto hay una intención destructiva, algo político...
les resulta necesario destruir la esencia de Gardel, porque el
pueblo se aferra a lo que Gardel canta, a lo que Gardel le ha
dado: ilusión, amor, fuerza... Su poesía, que representa
a todas las clases sociales, lo representa. Un verdadero artista
no tiene clases, es de todas porque posee ese punto sensitivo
que une a los pueblos y les da identidad”.
Mona Maris filmó más de cincuenta películas
compartiendo cartel con figuras como Humphrey Bogart, Clark Gable,
Cary Grant, etc. Hoy sólo se la recuerda por su participación
en una modesta película hablada en castellano y filmada
en Nueva York en 1934: Cuesta Abajo
“Perlita Greco, novia del gran artista que acaba de morir
trágicamente, recuerda sus amores con el rey del tango”.
Vale la pena transcribir algunos párrafos que, dentro
de su cursilería, dan testimonio del mundo de la farándula
de los años 30, tan semejante en Madrid como en Buenos
Aires, París o Nueva York.
“
Al camerino de la vedette, largo y estrecho llegaban los compases
del número final de la revista. Poco después, apagada
la música, se oía por la escalera cercana el brincar
apresurado de las vicetiples, que subían a quitarse las
galas de escena. E inmediatamente llegaba al cuarto la vedette –plumas,
cansancio y sonrisas-. Fina, morena, vivaz, Perlita Greco se
quitó el complicado tocado, se descalzó, se sentó al
espejo y, distraídamente, mientras comentaba la representación
que acababa de dar término, hojeaba los diarios de la
noche. De golpe, su rostro se inmutó. Las manos se crisparon
sobre la hoja de papel que ella acercó al rostro como
queriendo leer mejor. ¿Qué era lo que la impresionaba
de aquél modo? Yo me acerqué, buscando en las columnas
del diario la razón de aquel dolor repentino. Y en gruesos
titulares pude leer: ‘Carlos Gardel muere en Colombia,
en una catástrofe aérea’.
“
-¿Le conoció usted? –pregunté a la
artista. Había en los ojos negros un temblor de lágrimas,
y la rota voz apenas acertó a decirme:
“
- Fuimos novios, nos quisimos mucho.
“
Un rato después, pasada la primera impresión, la
vedette fue evocando, al conjuro de la dramática noticia,
aquel noviazgo con el artista trágicamente desaparecido.
Como en una confesión, la mujer recordaba los capítulos
de aquel amor...
“
- Nos conocimos en Buenos Aires. Nos quisimos muy pronto. Los
dos éramos alegres y bohemios. Iban muy bien su espíritu
y el mío. Nos gustaba reír y divertirnos, vivir
un poco en forma aventurera, sacando a la vida todo su sabor
y alegría (...) En la vida del pobre Carlitos soy una
de sus grandes pasiones. ¿La mayor acaso? No sé.
Desde luego, a mí fue a quien él quiso de veras
aquí en España. Tuvo muchas aventuras –es
sabido que tenía una gran seducción con las mujeres-
pero nunca iba en ellas el corazón-. Admiradoras, chicas
del teatro, señoras de la buena sociedad... Las aventuras
le surgían a cada momento. Pero él sabía
defenderse bien”.
Referencias:
(1) SALAS, HORACIO: El Tango. Ed. Planeta – Bs. As., 1997
(2) SCALABRINI ORTIZ, RAÚL: El hombre que está solo
y espera. Manuel Gleizer – Bs. As., 1931
(3) SALAS, HORACIO
(4) LEGUISAMO, IRENEO: DE PUNTA A PUNTA – SESENTA AÑOS
EN EL TURF - EMECÉ, BS. AS., 1984
(5) Idem.
(6) Idem.
(7) MADAME BILLY: La maîtresse de la maison. La table ronde,
Paris, 1980.
* Nuestro agradecimiento al coleccionista Bruno Cespi, poseedor de esta
carta.
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